Laura...

 

Laura apenas dedica un instante en admirar las estrías de luz que dibuja el agua de la orilla que le cubre los pies. Luego, con la mirada desenfocada, marea un garabato de dudas en la cabeza.

Camina insegura hacia dentro, el agua está templada, duda, se sumerge. Una masa de azul desconocido le inunda las lentillas, avanza en medio de un cosmos líquido... Tras de sí, “un caminito de estrellas multicolor”... Laura tararea.

Respira. Está seca. Ya no hay agua, sino un bosque vertical; siente miedo, siente curiosidad, mucha curiosidad.

Atraviesa una pasarela de magnolias que flotan sobre un valle inconcreto. Hay un espejo, hay flores, hay polen; estornuda.

Pasea. Al fondo, una nube trata de desequilibrar el paisaje. Se descomponen los colores del suelo. Laura está enfadada. Indignada. Sus zapatos se han manchado de colores. No piensa en otra cosa.

Aparta unas hojas de color naranja y una falda de luz turquesa. Descubre una extensión de blanco con arañazos blancos. Es un paisaje profundo y espeso... Casi lo puede acariciar con los dedos.

Está cansada. Se sienta. Contempla la niebla. Recuerda a Sideral, suena Sideral y tirita una nube horizontal color gris eléctrico que se derrama sobre una amapola que no es una amapola.

Tlaloc Alda, escrito en Barcelona en junio del 2006 para Espacios-contenedores